domingo, 17 de septiembre de 2017

Congregación de Hermanas Misioneras Dominicas del Rosario

Carisma

Evangelizar a los pobres en aquellas situaciones misioneras donde la Iglesia más nos necesite.

MISIONERAS

Somos una congregación misionera formada por hermanas de 22 nacionalidades y presentes en 21 países del mundo.
Somos Mujeres creyentes unidas por el sueño de Jesús, de una humanidad reconciliada, nuestras comunidades están insertas especialmente en el corazón de los pueblos empobrecidos para anunciarles la Buena Noticia de la liberación de toda esclavitud y opresión.
Creemos en la fraternidad universal, confiamos que es posible construir otro mundo desde la diversidad y desde la riqueza de cada pueblo, comunidad y persona, por ello vivimos en  pequeñas comunidades compartiendo la vida y la misión.
Creemos en el potencial liberador de las mujeres, manantial de vida y belleza, tejedora de nuevas relaciones entre los seres humanos, samaritanas al lado del que sufre, defensoras de la vida amenazada.


DOMINICAS

Buscamos en comunidad fraterna, por medio del estudio y la oración, las luces necesarias para descubrir la presencia de Dios en medio de nuestra realidad, reconociendo las señales de vida y las sombras que atraviesan  nuestra humanidad herida.
Es la Palabra de Dios la que nutre nuestro compromiso por el Reino e impulsa nuestras iniciativas y proyectos, es la fuente de nuestra predicación, anuncio y denuncia.


DEL ROSARIO

En María reconocemos a la discípula fiel, a la mujer orante, trabajadora, que construye fraternidad, disponible, que sale de sí para amar. Atenta al proyecto de Dios en la historia, que canta y celebra porque El “levanta a los humildes y a los hambrientos colma de bienes”, ella es quien inspira nuestra misión, potenciando en nosotras la ternura y el cuidado que como mujeres desplegamos en el acompañamiento a las personas desde su diversidad cultural y religiosa.

La educación: una buena opción

La vida era dura en Maldonado. Sus pobladores habían llegado arrastrando peligros, con la ilusión puesta en la riqueza fácil que proporcionaba el oro y el caucho. Y ni los buscadores encontraron oro, ni los siringueros la goma que necesitaban. La ilusión de filón escondido no les dejaba volver, y preferían seguir siendo pobres, pero ilusionados, en la montaña, a volver pobres y derrotados en la civilización.
El abandono religioso se notaba, y también la desmoralización completa, sin embargo se veía en ellos docilidad y deseo de instruirse, lo que hace que tengan interés por mandar a los hijos al colegio.
Ante esto, Ascensión Nicol planteó la idea de crear un colegio, reunía a las mujeres y cariñosamente las instruía y les instaba a moralizar su vida y a que enviaran a sus hijas a la escuela.
El 1 de agosto comenzaron las clases. La enseñanza llegaba hasta el tercer grado de primaria y el horario ocupaba mañana y tarde. Las alumnas estaban distribuidas en dos grupos que atendían Madre Ascensión y Madre Angélica. En una habitación grande se colocaban en dos esquinas opuestas, sin mesas, ni encerados, ni mapas… ni nada.
Estos grupos al principio no fueron numerosos, pues no había muchas niñas en el pueblo y, de las que había, no todas iban a la escuela, pues la ignorancia de sus padres no lo juzgaba necesario y además, cuando apenas tenían nueve años, pocas escapaban de ser amancebadas, a pesar de la vigilancia de las autoridades y de los misioneros.
A los pocos días, el Padre Wenceslao hizo una incursión al interior y trajo con él las primeras niñas destinadas al internado. Las madres las recibieron alborozadas.
La primera se llamó Rosita. No puedo explicarle el goce que experimenté al recibirlas, apreciando más este reglo que cuantos tesoros pudiera el mundo proporcionarme. Hoy acaban de traerme una niña de Río Piedras y de anuncian otras más sobre las que tengo aquí, que ya forman una buena aunque abigarrada clase.[1]
Lo primero que tenían que hacer con ellas era asearlas. Entrar en peine en sus cabezas era un problema prácticamente sin solución; intentaban vestirlas, pero hacía calor y las niñas, al menor descuido, se quitaban el traje. Añoraban su Selva, su gente, su libertad, su perdida. No sabían el español y las misioneras no entendían su lengua. Los priemros días fueron difíciles, pero pronto el cariño de las religiosas triunfó y las niñas se acostumbraron a la vida ordenada del internado.
En octubre, en la fiesta de la Virgen del Rosario, hicieron la Primero Comunión, juntos con los chicos de la Escuela de los Misioneros, diecisiete colegialas, las primeras que pudo preparar entre las cincuenta inscritas en el colegio.
Madre Ascensión se multiplicaba: era superiora, maestra, sacristana, con una olla de diez litros iba a buscar agua al río y ayudaba a sor Aurora en la colada que también tenían que hacer en él. No descansaba en todo el día, porque además tenía que atender a los que visitaban la casa, y a los necesitados que acudían a pedir limosna.
No solo eran niñas las que le misionero traía de sus viajes al interior de la selva. Un día fue una mujer machiguenga, enferma de tuberculosis, a la que su tribu, siguiendo su costumbre, había abandonado en la Selva para que allí esperara la muerte en soledad. El misionero la recogió y se la llevó a las religiosas. Se moría y las madres no tenían sitio en la casa, que hacía tiempo que quedó pequeña. El edificio estaba ya completamente ocupado con las misioneras y las internas y Madre Ascensión dispuso sencillamente, sin posibilidad a réplica, que la enferma ocupara su propia celda y su propia cama. Pronto la muerte vino por ella.
Al poco tiempo una mujer vino al improvisado hospital. El día 1 del presente mes se murió una machiguenga de 24 años que trajeron del Manu, enferma por las barbaridades que los piros, otra tribu salvaje, cometió contra ella. Murió como un ángel a los cuatro meses de ser bautizada.
Otro inconveniente añadido era que todavía no les llegaba la subvención del Gobierno. La mayor parte de las alumnas eran gratuitas y gracias que los pobres eran agradecidos, pues para agradecer los desvelos de las madres que educaban a sus hijos, les traían unas veces un pescado del río, otras carne de tapir o de mono, un racimo de plátanos, huevos; pero no era bastante ¡cuántos equilibrios económicos para sacar adelante no sólo a la pequeña comunidad religiosa, sino a las 18 internas que ya tenían!
En su nutrida correspondencia, Madre Ascensión no se detiene en las dificultades que les rodean.
La autorización del Prefecto fue ratificada por el Gobierno de José Pardo y Barreda en el año 1916 como Escuela Fiscal N° 1082 debido al incremento de alumnas que solicitaron iniciar los estudios.
Las actividades escolares de la Escuela Fiscal no estuvieron al margen de los acontecimientos Cívico Patrióticas, ni lejos de una formación de valores humanos y cristianos; por eso con motivo de celebrarse el Aniversario Patrio la Madre Directora Ascensión Nicol organizó los festejos con toda solemnidad que le fue posible con un programa adecuado y especial.
Madre Ascensión Nicol, primera Directora de la Escuela, permaneció poco tiempo en esta ciudad. Del 10 de Julio de 1915 hasta el 09 de Noviembre de 1916, por habérsele encomendado otras responsabilidades de la Congregación.
No obstante dejó una huella imperecedera en este lugar de la Amazonía. Dejó puestos los cimientos de una gran obra educativa que fue el aporte más valioso para el devenir.



[1] Relato de Madre Ascensión Nicol.
Labor Misionera en el Perú 
En el año 1913, llega al Convento de Santa Rosa un Obispo Misionero, Ramón Zubieta, proveniente de la selva peruana, solicitando Hermanas para que lo acompañen en su tarea evangelizadora, Madre Ascensión aunque no sentía en ese momento grandes ilusiones para ofrecerse, se hace disponible, confiando en que Dios le está mostrando un nuevo camino para su vida.




En el año 1913, Madre Ascensión llega a Lima con 4 hermanas más y después de un año y medio de espera en la capital peruana, salen hacia la selva en una primera expedición.



En Maldonado Madre Ascensión empieza a vivir un nuevo estilo de vida, una nueva manera de orar, de evangelizar y relacionarse con la gente. Es en ésta realidad de exclusión, abandono y opresión, donde se da cuenta que Dios la guía y acompaña más que nunca y así lo deja plasmado en una de sus cartas escrita en el año 1918: “¡Cuánto bien se hace en estas misiones y que cerca del cielo se siente el alma en estas apartadas regiones. Nunca me he sentido tan cerca de Dios como en los diez y seis meses de selva". 




Madre Ascensión va descubriendo a Dios que se le revela con nuevos rostros, ya no es sólo el Dios del Sagrario, de la Eucaristía o del rezo del Rosario, es el Dios encontrado en el rostro de la mujer indígena enferma y abandonada en plena selva para que termine de morir. Es el Dios que sufre nuevamente en el nativo explotado por la empresa cauchera, es el Dios que muere en el niño tuberculoso, sin medicinas para curarse. Es el Dios que pide dignidad para aquellos marginados por la sociedad en la selva peruana.

¡Qué bien había aprendido a integrar la espiritualidad de Santo Domingo, Ascensión Nicol!, "CONTEMPLAR EN LA ACCIÓN", tal vez por eso, toda la vida de esta gran mujer fue entregarse incondicionalmente por Amor, sin añorar el pasado, sin guardarse para ella, abierta a lo incierto, abierta al hermano - hermana que más sufre, toda su vida puesta al servicio de Dios.

Las Hnas. Misioneras Dominicas del Rosario, actualmente presente en los cinco continentes, queremos compartir con la Iglesia de Chile ésta ¡Gran Noticia! que alegra el corazón de nuestra Congregación y nos invita a vivir con mayor radicalidad el Carisma que hemos heredado de nuestros Padres fundadores Venerable M. Ascensión Nicol y Mons. Ramón Zubieta, “Evangelizar en los lugares donde la Iglesia más nos necesite”. Tarea que realizamos desde una pluralidad de servicios.

Monseñor Ramón Zubieta
Ramón Zubieta y Les, nació en Arguedas (Navarra) el 31 de Agosto de 1864. Fue el menor de cuatro hermanos, dentro de un hogar y un ambiente social en que la religión era parte fundamental del quehacer de la vida diaria. Cuando apenas tenía nueve meses murió su padre Joaquín. Bajo el cuidado materno de su madre Ramona, la devoción mariana a la Virgen del Yugo, patrona de su pueblo, y el ambiente de utopía misionera que por esos años se vivía en el pueblo navarro encontró su propia vocación misionera.
En el convento de Ocaña, de la Provincia dominicana de Filipinas, dedicada primordialmente a la Evangelización misionera en Filipinas y China, inició el noviciado el año 1881. Sus estudios de filosofía y parte de los de teología los realizó en Ávila. Completó su formación teológica en Manila, donde fue ordenado sacerdote en marzo de 1889.
De inmediato inició su trabajo misionero, tratando de establecer contacto con los peligrosos grupos de tagalos e igorrotes, sufriendo una dura prisión y peligrando su vida durante dieciocho meses. En 1901, apenas conseguida su liberación, fue elegido para poner en marcha el nuevo Vicariato Misionero en el sur-oriente peruano, asignado a la Orden Dominicana por la Sagrada Congregación para la Propagación de la Fe. Tenía entonces 36 años.
El 21 de Febrero de 1902 desembarcó en Lima con dos frailes, que había conseguido a su paso por España camino del Perú, los Padres José Mª Palacio y Francisco Cuesta. El P. Zubieta y sus dos compañeros tenían ante sí, y para ellos solos, un variado y complicado territorio, predominantemente selvático, de 130.000 Km2, situado en torno a la cuenca de dos grandes ríos: el Urubamba y el Madre de Dios. En ese amplio territorio estaban dispersos alrededor de veinte mil selvícolas, que por lo general evitaban el contacto con cualquier presencia extraña a los de su grupo, debido a dramáticas experiencias que les habían causado innumerables sufrimientos.
La tarea misionera se presentaba poco menos que imposible para tan reducido grupo de misioneros, lo cual supuso para el P. Zubieta una seria preocupación y un cúmulo de sufrimientos, a pesar de la inestimable ayuda que desde la Provincia del Perú recibió, pues un generoso grupo de dominicos acudió a echarle una mano. Sobreponiéndose a estas dificultades, en 1902 estableció un puesto misionero en cada una de las dos cuencas misioneras: Chirumbia, en la del río Urubamba, y la Asunción, en el río Madre de Dios.
Dada la gravedad de la situación del recién nacido Vicariato, el Maestro de la Orden, P. Jacinto M. Cormier, acudió a la Provincia de España proponiéndole que asumiera como propia la tarea evangelizadora del nuevo Vicariato Misionero. En 1906 el P. Zubieta recibió con alegría al primer grupo de seis misioneros enviados por esta Provincia.
Con rapidez y decisión el P. Zubieta inició y se puso al frente del pequeño grupo misionero en una de sus más difíciles tareas: explorar y conocer el amplio y complicado territorio del Vicariato Misionero. Aunque sólo fuera por este trabajo merecería que se le reconociera –como así fue– como una de las personas más importantes que ha contribuido al desarrollo y promoción humano-religiosa de las gentes que poblaban estas zonas peruanas olvidadas y desconocidas.
Los numerosos y complicados problemas se le multiplicaron al P. Zubieta a medida que trataba de ir avanzando para poner en marcha el funcionamiento del nuevo Vicariato Misionero: estructuración de los enclaves misioneros en lugares de la selva de muy difícil comunicación; proyectos evangelizadores con un imprescindible número de misioneros para poder llevarlos a cabo; recursos económicos para poder responder minimamente a las necesidades más elementales de los puestos misioneros, y un largo etcétera de imprevisibles problemas que surgían en el momento menos pensado.
En 1912 logró la adquisición del Santuario de Santa Rosa de Lima, para atender y fomentar el culto a esta santa peruana, construir en sus inmediaciones un convento de acogida de los misioneros llegados de España, centro gestor del Vicariato, y casa de descanso y restablecimiento de la salud de los misioneros.
En 1913 fue consagrado obispo en Roma, y nombrado primer Vicario Apostólico de las Misiones de Santo Domingo del Urubamba y Madre de Dios. Ese mismo año fundó la Congregación de las Dominicas del Santísimo Rosario. Para la nueva congregación adquirió el Convento del Patrocinio de Lima.
En 1919 fundó la revista Misiones Dominicanas, que recogerá documentos de inestimable valor para reconstruir la historia del Vicariato. En ella podemos leer los relatos testimoniales de los mismos misioneros.
Como su salud se había deteriorado, debido a la acumulación de problemas de todo tipo y de los esforzados y apasionantes trabajos misioneros de la puesta en marcha del Vicariato, falleció inesperadamente en la casa de las Misioneras Dominicas de Huacho el 21 de diciembre de 1921. Tenía 57 años intensamente vividos al servicio del Evangelio.
A su muerte dejaba abiertas ocho casas de misión en el Vicariato, con 21 misioneros. Por su parte, la Congregación de Misioneras Dominicas por él fundadas tenía consolidadas siete comunidades, contando con 60 religiosas profesas.

Beata Ascensión Nicol
Ascensión Nicol nació en Tafalla, una pequeña ciudad en Navarra-España.
Sus primeros años de vida transcurrieron en los ambientes de una familia cristiana, donde el amor, el trabajo y la solidaridad, eran una práctica constante.
Cuando tenía 14 años, su padre la llevó al Colegio Internado de Santa Rosa de Huesca, que era administrado por religiosas Dominicas. El contacto con la Vida Religiosa creó en ella un deseo y una interrogante sobre su vocación y una vez terminados sus estudios, regresa un año a casa de sus padres para clarificar bien sus motivaciones. Discernida así su vocación, vuelve al Convento de Santa Rosa para ser religiosa.

Ascensión Nicol fue una mujer abierta a acoger lo que Dios le iba pidiendo a su joven vida. Compartía siempre con las Hermanas sus deseos de acercarse a las personas que ella iba conociendo por los escritos misioneros de aquella época. 

Primera misionera en la Amazonía Peruana y cofundadora de las Misioneras Dominicas del Rosario, nos deja escrito tras los Ejercicios Espirituales de 1933 esta preciosa descripción de lo que fue su vida: la del alma que vive de la pura fe de amor constante.

“El alma que se ofrece como víctima, es como si dijera a Dios: Aquí me tienes para cumplir tu voluntad; heme aquí para sufrir, para amar, para inmolarme, callar, no desear cosa alguna fuera de Ti.”
“Un alma víctima es un alma que se entrega sin reserva y que no tiene elección propia; pronta a todas las luchas, a todos los sufrimientos; alma que no tiene interés propio, vida propia. Su vida es la de la pura fe de amor constante.”

“Es alma que huye de mirarse a sí misma, ni tenerse en cuenta para nadie; alma amable, apacible, bajo la acción de Dios; alma divinizada: la voluntad de Dios puede obrar libremente en ella, como si se tratara de un ser inanimado. Esa alma es para Dios objeto de goce y alegría. Puede hacer de ella lo que agrade a su querer, en cambio sólo le devolverá amor. Será otro Cristo, sus acciones serán como gotas de sangre que al caer sobre las almas, pondrán de relieve la obra de la Providencia.”