La
vida era dura en Maldonado. Sus pobladores habían llegado arrastrando peligros,
con la ilusión puesta en la riqueza fácil que proporcionaba el oro y el caucho.
Y ni los buscadores encontraron oro, ni los siringueros la goma que
necesitaban. La ilusión de filón escondido no les dejaba volver, y preferían
seguir siendo pobres, pero ilusionados, en la montaña, a volver pobres y
derrotados en la civilización.
El
abandono religioso se notaba, y también la desmoralización completa, sin
embargo se veía en ellos docilidad y deseo de instruirse, lo que hace que
tengan interés por mandar a los hijos al colegio.
Ante
esto, Ascensión Nicol planteó la idea de crear un colegio, reunía a las mujeres
y cariñosamente las instruía y les instaba a moralizar su vida y a que enviaran
a sus hijas a la escuela.
El
1 de agosto comenzaron las clases. La enseñanza llegaba hasta el tercer grado
de primaria y el horario ocupaba mañana y tarde. Las alumnas estaban
distribuidas en dos grupos que atendían Madre Ascensión y Madre Angélica. En
una habitación grande se colocaban en dos esquinas opuestas, sin mesas, ni
encerados, ni mapas… ni nada.
Estos
grupos al principio no fueron numerosos, pues no había muchas niñas en el
pueblo y, de las que había, no todas iban a la escuela, pues la ignorancia de
sus padres no lo juzgaba necesario y además, cuando apenas tenían nueve años,
pocas escapaban de ser amancebadas, a pesar de la vigilancia de las autoridades
y de los misioneros.
A
los pocos días, el Padre Wenceslao hizo una incursión al interior y trajo con
él las primeras niñas destinadas al internado. Las madres las recibieron
alborozadas.
La primera se llamó
Rosita. No puedo explicarle el goce que experimenté al recibirlas, apreciando
más este reglo que cuantos tesoros pudiera el mundo proporcionarme. Hoy acaban
de traerme una niña de Río Piedras y de anuncian otras más sobre las que tengo
aquí, que ya forman una buena aunque abigarrada clase.
Lo
primero que tenían que hacer con ellas era asearlas. Entrar en peine en sus
cabezas era un problema prácticamente sin solución; intentaban vestirlas, pero
hacía calor y las niñas, al menor descuido, se quitaban el traje. Añoraban su
Selva, su gente, su libertad, su perdida. No sabían el español y las misioneras
no entendían su lengua. Los priemros días fueron difíciles, pero pronto el
cariño de las religiosas triunfó y las niñas se acostumbraron a la vida
ordenada del internado.
En
octubre, en la fiesta de la Virgen del Rosario, hicieron la Primero Comunión,
juntos con los chicos de la Escuela de los Misioneros, diecisiete colegialas,
las primeras que pudo preparar entre las cincuenta inscritas en el colegio.
Madre
Ascensión se multiplicaba: era superiora, maestra, sacristana, con una olla de
diez litros iba a buscar agua al río y ayudaba a sor Aurora en la colada que
también tenían que hacer en él. No descansaba en todo el día, porque además
tenía que atender a los que visitaban la casa, y a los necesitados que acudían
a pedir limosna.
No
solo eran niñas las que le misionero traía de sus viajes al interior de la
selva. Un día fue una mujer machiguenga, enferma de tuberculosis, a la que su
tribu, siguiendo su costumbre, había abandonado en la Selva para que allí
esperara la muerte en soledad. El misionero la recogió y se la llevó a las
religiosas. Se moría y las madres no tenían sitio en la casa, que hacía tiempo
que quedó pequeña. El edificio estaba ya completamente ocupado con las
misioneras y las internas y Madre Ascensión dispuso sencillamente, sin
posibilidad a réplica, que la enferma ocupara su propia celda y su propia cama.
Pronto la muerte vino por ella.
Al
poco tiempo una mujer vino al improvisado hospital. El día 1 del presente mes
se murió una machiguenga de 24 años que trajeron del Manu, enferma por las
barbaridades que los piros, otra tribu salvaje, cometió contra ella. Murió como
un ángel a los cuatro meses de ser bautizada.
Otro
inconveniente añadido era que todavía no les llegaba la subvención del
Gobierno. La mayor parte de las alumnas eran gratuitas y gracias que los pobres
eran agradecidos, pues para agradecer los desvelos de las madres que educaban a
sus hijos, les traían unas veces un pescado del río, otras carne de tapir o de
mono, un racimo de plátanos, huevos; pero no era bastante ¡cuántos equilibrios
económicos para sacar adelante no sólo a la pequeña comunidad religiosa, sino a
las 18 internas que ya tenían!
En
su nutrida correspondencia, Madre Ascensión no se detiene en las dificultades
que les rodean.
La
autorización del Prefecto fue ratificada por el Gobierno de José Pardo y
Barreda en el año 1916 como Escuela Fiscal N° 1082 debido al incremento de
alumnas que solicitaron iniciar los estudios.
Las
actividades escolares de la Escuela Fiscal no estuvieron al margen de los
acontecimientos Cívico Patrióticas, ni lejos de una formación de valores
humanos y cristianos; por eso con motivo de celebrarse el Aniversario Patrio la
Madre Directora Ascensión Nicol organizó los festejos con toda solemnidad que
le fue posible con un programa adecuado y especial.
Madre
Ascensión Nicol, primera Directora de la Escuela, permaneció poco tiempo en
esta ciudad. Del 10 de Julio de 1915 hasta el 09 de Noviembre de 1916, por
habérsele encomendado otras responsabilidades de la Congregación.
No obstante dejó una
huella imperecedera en este lugar de la Amazonía. Dejó puestos los cimientos de
una gran obra educativa que fue el aporte más valioso para el devenir.