domingo, 17 de septiembre de 2017

La educación: una buena opción

La vida era dura en Maldonado. Sus pobladores habían llegado arrastrando peligros, con la ilusión puesta en la riqueza fácil que proporcionaba el oro y el caucho. Y ni los buscadores encontraron oro, ni los siringueros la goma que necesitaban. La ilusión de filón escondido no les dejaba volver, y preferían seguir siendo pobres, pero ilusionados, en la montaña, a volver pobres y derrotados en la civilización.
El abandono religioso se notaba, y también la desmoralización completa, sin embargo se veía en ellos docilidad y deseo de instruirse, lo que hace que tengan interés por mandar a los hijos al colegio.
Ante esto, Ascensión Nicol planteó la idea de crear un colegio, reunía a las mujeres y cariñosamente las instruía y les instaba a moralizar su vida y a que enviaran a sus hijas a la escuela.
El 1 de agosto comenzaron las clases. La enseñanza llegaba hasta el tercer grado de primaria y el horario ocupaba mañana y tarde. Las alumnas estaban distribuidas en dos grupos que atendían Madre Ascensión y Madre Angélica. En una habitación grande se colocaban en dos esquinas opuestas, sin mesas, ni encerados, ni mapas… ni nada.
Estos grupos al principio no fueron numerosos, pues no había muchas niñas en el pueblo y, de las que había, no todas iban a la escuela, pues la ignorancia de sus padres no lo juzgaba necesario y además, cuando apenas tenían nueve años, pocas escapaban de ser amancebadas, a pesar de la vigilancia de las autoridades y de los misioneros.
A los pocos días, el Padre Wenceslao hizo una incursión al interior y trajo con él las primeras niñas destinadas al internado. Las madres las recibieron alborozadas.
La primera se llamó Rosita. No puedo explicarle el goce que experimenté al recibirlas, apreciando más este reglo que cuantos tesoros pudiera el mundo proporcionarme. Hoy acaban de traerme una niña de Río Piedras y de anuncian otras más sobre las que tengo aquí, que ya forman una buena aunque abigarrada clase.[1]
Lo primero que tenían que hacer con ellas era asearlas. Entrar en peine en sus cabezas era un problema prácticamente sin solución; intentaban vestirlas, pero hacía calor y las niñas, al menor descuido, se quitaban el traje. Añoraban su Selva, su gente, su libertad, su perdida. No sabían el español y las misioneras no entendían su lengua. Los priemros días fueron difíciles, pero pronto el cariño de las religiosas triunfó y las niñas se acostumbraron a la vida ordenada del internado.
En octubre, en la fiesta de la Virgen del Rosario, hicieron la Primero Comunión, juntos con los chicos de la Escuela de los Misioneros, diecisiete colegialas, las primeras que pudo preparar entre las cincuenta inscritas en el colegio.
Madre Ascensión se multiplicaba: era superiora, maestra, sacristana, con una olla de diez litros iba a buscar agua al río y ayudaba a sor Aurora en la colada que también tenían que hacer en él. No descansaba en todo el día, porque además tenía que atender a los que visitaban la casa, y a los necesitados que acudían a pedir limosna.
No solo eran niñas las que le misionero traía de sus viajes al interior de la selva. Un día fue una mujer machiguenga, enferma de tuberculosis, a la que su tribu, siguiendo su costumbre, había abandonado en la Selva para que allí esperara la muerte en soledad. El misionero la recogió y se la llevó a las religiosas. Se moría y las madres no tenían sitio en la casa, que hacía tiempo que quedó pequeña. El edificio estaba ya completamente ocupado con las misioneras y las internas y Madre Ascensión dispuso sencillamente, sin posibilidad a réplica, que la enferma ocupara su propia celda y su propia cama. Pronto la muerte vino por ella.
Al poco tiempo una mujer vino al improvisado hospital. El día 1 del presente mes se murió una machiguenga de 24 años que trajeron del Manu, enferma por las barbaridades que los piros, otra tribu salvaje, cometió contra ella. Murió como un ángel a los cuatro meses de ser bautizada.
Otro inconveniente añadido era que todavía no les llegaba la subvención del Gobierno. La mayor parte de las alumnas eran gratuitas y gracias que los pobres eran agradecidos, pues para agradecer los desvelos de las madres que educaban a sus hijos, les traían unas veces un pescado del río, otras carne de tapir o de mono, un racimo de plátanos, huevos; pero no era bastante ¡cuántos equilibrios económicos para sacar adelante no sólo a la pequeña comunidad religiosa, sino a las 18 internas que ya tenían!
En su nutrida correspondencia, Madre Ascensión no se detiene en las dificultades que les rodean.
La autorización del Prefecto fue ratificada por el Gobierno de José Pardo y Barreda en el año 1916 como Escuela Fiscal N° 1082 debido al incremento de alumnas que solicitaron iniciar los estudios.
Las actividades escolares de la Escuela Fiscal no estuvieron al margen de los acontecimientos Cívico Patrióticas, ni lejos de una formación de valores humanos y cristianos; por eso con motivo de celebrarse el Aniversario Patrio la Madre Directora Ascensión Nicol organizó los festejos con toda solemnidad que le fue posible con un programa adecuado y especial.
Madre Ascensión Nicol, primera Directora de la Escuela, permaneció poco tiempo en esta ciudad. Del 10 de Julio de 1915 hasta el 09 de Noviembre de 1916, por habérsele encomendado otras responsabilidades de la Congregación.
No obstante dejó una huella imperecedera en este lugar de la Amazonía. Dejó puestos los cimientos de una gran obra educativa que fue el aporte más valioso para el devenir.



[1] Relato de Madre Ascensión Nicol.

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